Muchas oficinas dan cuenta de su experiencia únicamente a partir de la cantidad de m2 contruidos, cómo si más, fuera mejor.
Esta manera de cuantificar el trabajo deja de lado el factor más importante de un proyecto, que es su calidad, aquello por ejemplo, que el proyecto es capaz de entregar a sus usuarios o al lugar, realizando un aporte o al menos, sin destruir.
En general cuando la arquitectura se mezcla con negocios, poniendo el énfasis únicamente en este segundo aspecto suprimiéndolo menos rentable o gratuito, se cae en la dinámica de la cantidad.
Sin duda cuando en una inmobiliaria opera este último factor se tiene por resultado, un buen negocio quizás, pero un pésimo proyecto, pésimo en el sentido de la calidad de vida que ofrece a sus usuarios y por la destrucción del  barrio, la ciudad o el entorno.
Un claro ejemplo es el plan de redensificación de Santiago Centro, un buen negocio sin duda, pero que al no ser normado en su forma arquitectónica, terminó por hipotecar la calidad y valor de la comuna, sin siquiera ofrecer un producto de calidad para aquellos que viven ahí.
Estos negocios se han replicado por toda la ciudad, desde los barrios más pobres y vulnerables, hasta las comunas con mayores recursos, donde sólo cambia la forma arquitectónica y la paleta de materiales, pero la lógica de calidad versus cantidad, es el común denominado.
El aporte de cada uno de estos proyectos es, por ende, infinitamente mayor que una gran torre inmobiliaria, no sólo en términos arquitectónicos, sino que sobretodo sociales.