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Arquitectura nueva y sorprendente

Escrito el 31 agosto 2011 por Miriam Guevara

Foto obtenida de Arquinews.

Hay veces en que la naturaleza y la arquitectura parecen rehuirse, aunque en ocasiones se crean uniones mágicas. Este es el caso del Hotel Aire de Bardenas, un cuatro estrellas alejado de estereotipos, ubicado en un campo de trigo, a tres kilómetros del casco antiguo de Tudela (Navarra) y muy próximo al parque natural y reserva de la biosfera de las Bardenas Reales.

El entorno singular y las construcciones agrarias de la zona sirvieron de inspiración a los arquitectos Mónica Rivera y Emiliano López para proyectar una construcción ligera, desmontable, reciclada y totalmente integrada en el paisaje. Por eso no es de extrañar que la fachada principal del hotel esté realizada con cajas de madera utilizadas habitualmente para recolectar y trasportar las frutas y verduras de la huerta tudelana.

Este original cerramiento detiene el viento que azota la zona, al tiempo que permite pasar el aire, no necesita cimientos ni fijaciones y es económico. La fachada principal del hotel está realizada a base de palés reciclados. En el suelo del restaurante se han incrustado y pulido los cantos rodados típicos de la zona. En el patio central se encuentra la piscina, protegida del viento. La mitad de las habitaciones se hallan diseminadas por el complejo.

La carta del restaurante está marcada por los productos de la Ribera: alcachofas, espárragos, cogollicos de Tudela… El hotel cuenta también con una pequeña parcela de cultivo. Una pasarela une las 12 estancias que están repartidas alrededor del edificio central. Este recinto está a sólo tres kilómetros de Tudela, lo que permite interesantes visitas al Parque Natural de las Bardenas Reales y realizar la ruta de los monasterios: La Oliva, Fitero, Tulebras.

Fieles al principio de asentarse pacíficamente sobre el terreno, los autores crearon en una sola planta una sucesión de espacios en forma de cubo. El cuerpo principal del conjunto –que se desarrolla en torno a un patio central, protegido del viento y abierto a un bosque de chopos y una piscina-, alberga las zonas comunes (recepción, salón principal, sala de juntas y bar-restaurante), así como diez habitaciones (con patio propio, un árbol frutal y bañera al aire libre). El resto de las estancias –doce- se encuentra diseminado por el erial. Y a ellas se accede por una pasarela exterior, lo que las dota de un carácter privado.

Precisamente para enfatizar la idea de las estancias, como miradores protegidos, las habitaciones tienen unas ventanas panorámicas que introducen al huésped en el paisaje. Estos salientes resultan ideales para leer, ver la televisión (integrada en los laterales) o simplemente contemplar el exterior. Cumplen además la función de sofá y de cama supletoria.

El recorrido completo, además de permitir impregnarse de las formas, colores y vegetaciones características del desierto bardenero y los campos de regadío que abundan en la zona, sirve para darse cuenta de que la arquitectura, como señala el último premio Pritzker, el arquitecto francés Jean Nouvel, “es añadir poesía al entorno con los elementos de que se dispone”.

Fuente:
El Periódico. Revista Dominical.

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